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Por qué el orgullo friki es una soberana gilipollez

Recuerdo cuando de pequeño no tenía demasiados amigos —tampoco es que ahora sea el mayor exponente de la socialización—. Recuerdo cuando pensaba que algún día la gente comprendería y entendería a todos los frikis como yo. Que, de algún modo, la razón se impondría y la gente entendería que ser miembro de la Comunidad Fan Española de Indiana Jones no tenía nada de raro y que su rareza se debía simplemente a la escasez de niños de doce años que lo fueran. Y entonces llegué a Twitter. Descubrí que existía el Día del Orgullo Friki —reconozco que con una fecha muy bien pensada—, y descubrí que podía llegar a ser tendencia en la red social. De pronto, me sentí arropado y pensé que, al final, no andaba tan desencaminado cuando pensaba que algún día los frikis serían socialmente aceptados y que, por ende, todo lo que representaban en términos culturales adquiriría el valor que realmente merece.

 

Cuatro años después, sin embargo, nada más abrir Twitter esta mañana y ver que #OrgulloFriki era tendencia número uno —y que lo sigue siendo en el momento de escribir estas líneas, con 70.400 tuits, y subiendo—, he sentido una especie de rechazo que, creo, solo cosas como booktube me producen. De pronto, yo, que tengo un blog de videojuegos y literatura, yo, que he escrito una novela, yo, que siempre he apreciado la soledad y nunca he sido demasiado amigo de la normalidad, yo, que siempre quedé algo marginado por mis gustos y aficiones... De pronto no me he sentido arropado por el resto de los frikis. De pronto, el orgullo friki se me ha antojado como una soberana gilipollez que hace flaco favor a los frikis, o, mejor dicho, a lo que ellos defienden. Porque no sé si lo que representan, los productos culturales sobre los que se fundamenta su existencia, merecen que un grupo de seguidores cortos de miras se apropien de ellos, de algo que no les pertenece. De pronto, creo que ya no soy friki.


«No sé si lo que representan, los productos culturales sobre los que se fundamenta su existencia, merecen que un grupo de seguidores cortos de miras se apropien de ellos, de algo que no les pertenece. De pronto, creo que ya no soy friki»


Porque, pensémoslo por un instante, ¿qué supone eso de ser friki? La RAE dice en su tercera acepción que se dice de aquella «persona que practica desmesurada y obsesivamente una afición». Antes la definición de la RAE no podría haberme traído más al pairo, porque pensaba que no acertaba absolutamente en nada. Al fin y al cabo, yo, un friki consagrado, no practicaba ninguna afición de manera desmesurada y obsesiva, ni tampoco coincidía con las otras dos acepciones del diccionario. O eso creía. Porque ahora que los frikis estamos en condiciones de «dominar el mundo», ahora que controlamos Twitter y quién sabe qué otros oscuros rincones de Internet ahora ya no tan oscuros—, me pregunto si es normal que alguien sienta orgullo por haberse mantenido fiel a sus idea a pesar de que estas hayan sido infantiles y absurdas. Porque aceptémoslo, los frikis solo queríamos ser aceptados: en el fondo envidiábamos y deseábamos celosamente tener la misma vida que ese tío tan popular de la clase que parecía ser una promesa del fútbol. Queríamos tener amigos, ligar, vivir una infancia idílica al tiempo que manteníamos nuestros gustos como parte de nuestra identidad. Y como eso era sencillamente imposible, como nos vimos obligados a elegir una cosa o la otra por nuestra incapacidad para estar en los dos lados y por el pavor que nos provocaba eso de poder ser rechazados otra vez, decidimos que éramos frikis, y que ser friki era lo mejor del mundo. Ja. Los demás no tenían ni idea de lo que se perdían.

 

Pero era mentira, y lo sigue siendo. Una mentira que ya está durando demasiado. De manera particular y personal, ser friki puede ser bueno o malo, y a veces se puede triunfar precisamente por serlo y ser el ídolo —en YouTube, por ejemplo— de muchos y muchos frikis, marginados sociales o «personas pintorescas y extravagantes». Cada uno es libre de ser lo que quiera, y ahí no me voy a meter. No negaré que eso de teñirse el pelo como si fueras cierto personaje de algún anime y estupideces similares me parecen actos absolutamente antiestéticos y constituyen una considerable cerrazón. Pero, con todo, cada uno es libre de hacer lo que quiera con su cuerpo y con su vida. Lo que me preocupa es que el frikismo, ahora ya como pseudomovimiento cultural, se apropie de algo y pretenda abanderarlo cuando, bueno, nadie le ha pedido que lo haga. Sinceramente, los videojuegos, el cine de fantasía, de ciencia ficción y de superhéroes, los cómics, el manga o el anime nunca serán tomados en serio si la sociedad ve que sus potenciales consumidores son gente asocial que se dedica a reunirse en pabellones inmundos disfrazados de manera más o menos cutre y haciendo de su bandera eso del orgullo friki.

 

No creo que a George Lucas le haga ninguna gracia que un grupo de raritos se haya apropiado de la fecha de estreno de su obra magna para celebrar algo que no aporta nada, en absoluto, a aquello sobre lo que se sustenta. Insisto, no podemos pretender que la gente se tome en serio los videojuegos si los ven como algo relacionado con personas socialmente rechazadas y que solo son visibles en Twitter. Con personas que proclaman su diferencia a los cuatro vientos cuando, en origen, lo que querían era en el fondo y aunque no fueran conscientes, ser como los demás. Tenemos la oportunidad de que los productos culturales que hemos defendido durante años lleguen al resto de la sociedad y entiendan que son tan buenos o incluso mejores que otros. Pero si Star Wars sigue siendo la película predilecta de un gordo de treinta años que aún no se ha independizado, y encima pretendemos reinvindicar eso, pues, sinceramente, no creo que vayamos a lograrlo.


«No creo que a George Lucas le haga ninguna gracia que un grupo de raritos se haya apropiado de la fecha de estreno de su obra magna para celebrar algo que no aporta nada, en absoluto, a aquello sobre lo que se sustenta»


Se trata simplemente de compatibilizar, de que la cultura defendida por los frikis deje de ser cultura friki para ser, simplemente cultura. Para que los videojuegos sean un medio narrativo como otro cualquiera, para que el anime lo pueda disfrutar cualquiera aparte de esos enfermos llamados otakus y para que Capitán América: Civil War se contemple como buen cine por el común de los mortales. Quizá pido demasiado y sacrificarse por el bien de la cultura es excesivo. Quizá nadie quiera reconocer que ha estado toda su vida equivocado y ahora que se da cuenta de que ser friki es una gilipollez no quiere admitirlo. Quizá sea que siendo friki ha ligado más que en toda su vida de «persona normal». Pero lo cierto es que los frikis son un anacronismo que, quiero creer, está en vías de desaparición. Porque si lo que se quiere es defender que cualquiera pueda ser aceptado independientemente de sus gustos que es en esencia lo que persigue este día—, ¿por qué no hacerlo demostrando que sabemos compatibilizar nuestros gustos con los de aquellos que no los comparten, al menos de momento?

 

Hubo un día en que nos marginaron, y luego hubo otro en que nos marginamos nosotros mismos. Quisimos creer que nuestros gustos eran solo los nuestros, y que no tenían nada que ver con los del resto. Quisimos creer que éramos perseguidos más de lo que realmente éramos. Así que quizá es hora de salir de esa burbuja en la que nosotros mismos nos metimos y entender que hay vida más allá de Zelda, y que, al mismo tiempo, con una ración de comprensión y convivencia, quizás esa escoria no friki también pueda apreciar las bondades de Ocarina of Time. Aunque solo quizá. Tampoco es plan de empacharnos de socialización así de golpe y porrazo.