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Jugadores de la edad tardía

Hace cosa de un mes, un amigo me comentaba emocionado que acababa de comprar Grand Theft Auto V para su Xbox 360. Sí, efectivamente, tres años después de su lanzamiento en esa plataforma. En una consola que está, a efectos prácticos y desde el punto de vista del jugador más asiduo, obsoleta. Se deduce de esto que el amigo del que hablo no es un jugador, digamos, frecuente. Los videojuegos no son la actividad que le quita más tiempo libre, no. Y, sin embargo, sabe sorprendentemente más de lo que cabría esperar sobre este medio, por no mencionar que su cultura general sobre, por ejemplo el cine, no es para nada desdeñable —no en vano fue él gracias a quien descubrí hace poco El gran Lebowski—. No voy a engañar a nadie: ha jugado más horas a FIFA que a todos los demás juegos que hayan pasado por su 360 juntos, y, sin embargo, cada uno de esos juegos es uno cuya compra no fue hecha al azar, aunque tampoco con excesiva premeditación.

 

Me atrevería a decir que por sus manos han pasado las grandes obras de Rockstar de la anterior de generación —y diré sin miedo a equivocarme que las ha disfrutado a niveles más profundos que la mayoría—. Le he oído hablar maravillas de Mafia II y Red Dead Redemption, he tenido extensas conversaciones con él acerca de las aventuras históricas de Desmond Miles en Assassin's Creed, y sé también que ha jugado alguna entrega de Silent Hill. Y aunque, insisto, no es un jugador precisamente asiduo, tiene conocimientos básicos sobre el medio videolúdico que le permiten, hasta cierto punto, seguir una conversación sobre videojuegos. No, nunca hablaré con él de las rupturas extradiegéticas de la narrativa en The Stanley Parable, pero aprecia y disfruta las obras a las que ha jugado a niveles más complejos que los de otros muchos jugadores casuales.

 

Este amigo del que hablo representa para mí el ejemplo idóneo de lo que podríamos llamar un jugador medio: alguien que sin ser un completo softófilo, concibe el medio interactivo como uno serio y al que dedica su tiempo de vez en cuando. Es, en efecto, el equivalente a la figura del espectador o lector medio en el cine y la literatura, respectivamente, donde sin ser absolutos cinéfilos o voraces lectores, ven buen cine y leen varias buenas novelas al año, porque lo encuentran interesante y gratificante. Lo que digo puede parecer una obviedad, pero lo cierto es que olvidamos a veces que la aceptación de un determinado medio por parte de la mayoría de la sociedad no pasa por que todos sea expertos en él, sino por que haya una gran base de jugadores, lectores o espectadores medios que sin ser expertos en el tema, lo respetan y lo disfrutan con creces, conviertiéndolo en un elemento fundamental de la cultura popular contemporánea.


«Olvidamos a veces que la aceptación de un determinado medio por parte de la mayoría de la sociedad pasa por que haya una gran base de lectores, espectadores o jugadores medios tras él»


Y ahí estaba hace unas semanas este amigo mío, comprando GTA V tres años después de su lanzamiento. No ha seguido al día las novedades del medio, es obvio, pero a la hora de comprar un juego, apostó con buen criterio por un caballo ganador. Lo jugó a conciencia en poco menos de un mes, y hace unos días me contó qué le había parecido. Me confesó aliviado que la trama de esta quinta entrega supera con creces, en su opinión, la de Niko Bellic, un personaje que, según dice, nunca acabó de convencerle. Así las cosas, estábamos recordando el brillante monólogo de Trevor tras la famosa misión de la tortura cuando, de pronto, me dijo algo que me descolocó por completo. Me comentó, con la naturalidad de quien se dispone a decir algo que considera lo más corriente del mundo, que había comprado GTA V porque era el único juego que tenía pendiente antes de despedirse de su Xbox 360.

 

Nada más acabar la frase, yo interpreté, como quizá pudieran haber interpretado otros siguiendo la descripción que he detallado arriba, que decía esto porque planeaba comprarse una nueva consola, y quería haber jugado a este último título antes de despedirse de ella. Nada más lejos de la realidad, y es que, tal y como siguió argumentando —de nuevo con la misma y pasmosa naturalidad—, ahora que iba a empezar la carrera —tengo entendido que va a estudiar Derecho—, ya no iba a poder dedicarles tiempo a los videojuegos.

 

A priori, nada exagerado, ¿no? Al fin y al cabo, muchos dejan otras aficiones, como jugar en un equipo deportivo o entrenar en tal o cual disciplina, porque consideran prioritario centrarse en los estudios. Y bueno, es del todo comprensible. Pero lo cierto es que de las expresiones y el tono de mi amigo se podía extraer además su idea de que los videojuegos pertenecían, por edad, a una etapa vital que estaba tocando a su fin. De algún modo, por muy serio y adulto que le hubiera parecido GTA V, eso ya no era para alguien de su edad, para un universitario hecho y derecho —si se me permite esa dilogía—. Y sin embargo, creo que cualquiera convendrá conmigo en que, cualquiera de esas personas que deja un deporte u otra actividad de ocio, de ser lectores o espectadores medios, no dejarían de ver cine o leer libros por haber empezado un carrera.


«De las expresiones y del tono de mi amigo se podía extraer su idea de que los videojuegos pertenecían, por edad, a una etapa vital que estaba tocando a su fin. De algún modo, por muy serio y adulto que le hubiera parecido GTA V, eso ya no era para alguien de su edad»


Podría inferirse de este giro en los acontecimiento de la anécdota de mi amigo que él no es en realidad uno de esos jugadores medios, pero no es cierto. Sigo defendiendo que este es, a todas luces, un lector, jugador y espectador medio. Al fin y al cabo, con más o menos frecuencia, seguirá leyendo y viendo películas —desde luego, va a ver El gran Lebowski algunas veces más—, así como series de notable factura —terreno en el que me lleva una abrumadora ventaja—. Entonces, tiene que ser cosa de los videojuegos. De esa especie de etiqueta que, pese a que han pasado años, aún no se puede despegar del todo, la que marca que son un producto infantil y como mucho adolescente. Eso es lo que estuve pensando —algo cabizbajo, debo reconocer—, después de hablar con mi amigo: que quizá, la esperanza de que en unos años hubiera suficientes jugadores medios que dotaran a medio interactivo de cierto reconocimiento y respeto a un nivel social más general, era más infundada que real. Y, bueno, que si esos jugadores medios no eran en su mayoría sino ilusiones pasajeras, personas que solo jugaban durante unos años de su vida, entonces tal vez no está tan próximo ese momento en que la narrativa jugable acabe por codearse realmente al nivel de la cinematográfica o literaria.

 

Siendo sinceros, debo reconocer que esa tarde regresé a casa pensando que quizá los jugadores habituales y softófilos, los que escribimos y leemos este tipo de cosas, aislados como estamos en nuestra propia comunidad, no nos percatamos de que hay gente que lo deja, que llega un punto en que en el videojuego es cuestión de todo o nada.

 

Que, en definitiva, somos jugadores de la edad tardía.