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Llegar con audacia... para volver

Hay algo estimulante en Star Trek: Discovery. Es esa sensación de curiosidad y descubrimiento, el espíritu científico que impregna todas las aventuras de la saga y que se extiende a la serie, incluso en sus capítulos más flojos y sus secuencias más cutres. Es el espacio, la última frontera. Son los viajes de la nave estelar Enterprise. ¿Su misión? Explorar nuevos y extraños mundos. Buscar nuevas formas de vida y nuevas civilizaciones. Llegar con audacia adonde nadie ha llegado anteriormente. 

 

Sin embargo, lo que de verdad preocupa a Neil Armstrong y Buzz Aldrin mientra el módulo de alunizaje del Apolo 11 desciende temerariamente sobre la superficie de la Luna no es tanto llegar adonde nadie ha llegado nunca antes… sino lograr volver. Digo temerariamente porque el combustible que llevan le permite al Eagle mantenerse en movimiento sólo durante 900 segundos, escasos 15 minutos. A mitad del trayecto se enciende un piloto de emergencia: alarma 1201. Un pitido suena en la cabina y parece necesario abortar. Houston, tenemos un problema. La respuesta no podría ser más preocupante: que no hagan caso, prosigan. Diez segundos después, la alarma vuelve a sonar. Houston insiste: no hay que hacerle caso. Otros veinte segundos. Queda menos combustible y un cráter lunar por salvar antes de alunizar. Ahora se activa la alarma 1202. Esta es distinta. Houston, tenemos otro problema. Alarma 1202. Houston, alarma 1202.

 

Pero nada, como la anterior. No le hagan caso. 

 

Hay unos cuantos momentos así de tensos en First Man, lo nuevo de Damien Chazelle. Es difícil decir hasta qué punto ocurrió así de verdad o es un recurso de los guionistas para añadir aún más tensión a la escena, pero está claro que consigue mucho más que eso. Las alarmas encendiéndose y siendo ignoradas logran captar lo frágil del sistema informático con el que han ido a la Luna, lo frágil del módulo de alunizaje, lo frágil del Apolo, lo frágil de la misión y, en general, lo frágil de la ingeniería.

 

Es un momento representativo de la manera en que lo nuevo del director de La La Land capta la perspectiva correcta, que es lo que diferencia a First Man de cualquier otra película que haya narrado ya los acontecimientos de la carrera espacial. No exactamente porque sea un cambio de perspectiva radical, sino porque es más verosímil y, sobre todo, aporta material de reflexión a un tema tan manido como este, atacándolo por dos frentes: el social y el ingenieril.

 

 

Cuando uno lee la sinopsis de First Man esperaría un biopic de Neil Armstrong y su incansable tesón. Y sí, hay de eso, pero también hay imágenes de manifestaciones, de ruedas de prensa llenas de periodistas haciendo las preguntas adecuadas y cierto politiqueo. Hay una perspectiva eminentemente social en muchas de las secuencias de First Man, que lanzan preguntas a las que aún hoy no es evidente responder. ¿Por qué invertir el dinero de los contribuyentes en mandar al hombre a la luna cuando ese dinero podría utilizarse para ayudar a gente aquí en la Tierra? Por el progreso, podría correr a responder Chazelle. Pero no lo hace. First Man se mantiene fiel al enfoque elegido sin precipitarse a discursos heroicistas y palabrería efectista. Hay momentos de vanagloria del espíritu americano —como parece inevitable en una película de este tenor producida por Steven Spielberg—, pero son los menos.

 

La vertiente social es uno de los grandes aciertos de la película y algo que sorprende encontrarse. Chazelle refleja la carrera espacial como un frente más de la guerra fría, en la que los astronautas eran soldados y, como tal, sufrían bajas. Muchas, de hecho. De ahí también el constante paralelismo entre las manifestaciones contrarias a la NASA y las míticas imágenes de los movimientos pacifistas de la época. Nada de esto es en sí mismo rompedor, pero reconforta verlo en una producción de estas dimensiones.

 

 

Con todo, si algo destaca en First Man es su mirada precisa de la ingeniería, de su método y de todo lo que le rodea. Una mirada que sobrevive a costa de obviar ciertas realidades y pasar por altos algunos puntos flojos de la película: es complicado quedarse con los personajes y sentir su dolor, su presentación es a veces pobre y escasa, y a nadie se le escapa que hay pocas mujeres en pantalla. Con todo, pese a lo que a sabiendas se queda corto o se queda fuera, el enfoque permanece. Porque, de nuevo, sería fácil retratar tal cual a las «brillantes mentes de la NASA» a las que se refería la propaganda de la época. Frente a eso, la película opta por mostrar a un grupo de ingenieros mareados, cansados y exhaustos ante un inabarcable temario de Física. Nos pone antes mentes que, sí, son brillantes en lo suyo, pero que a ratos no dejan de ser «niños con sus maquetas de juguete».

 

Parece que no sé hablar de otra cosa en este blog, pero es que es reconfortante encontrar obras que retraten con naturalidad y fidelidad una cierta disciplina. En junio hablaba de la filosofía matemática y la esencia de la informática en Halt and Catch Fire. Ahora, la película de Chazelle extiende el respeto por un campo, en este caso la ingeniería, de forma igual de certera. Entiende y retrata con cariño lo que mueve a sus protagonistas; algo similar a lo que ocurría en La teoría del todo con su embriagador espíritu científico (de hecho, no parece casualidad que la banda sonora de Justin Hurwitz recuerde a ratos a la que Jóhann Jóhannsson compuso para la historia de Stephen Hawking).

 

First Man es absolutamente consciente del increíble poder de la ingeniería y, al mismo tiempo, de su fragilidad. Casi tan frágil como Internet, una red construida por capas de creciente nivel de dificultad y abstracción en la que tantas y tantas cosas pueden salir mal cada segundo que es hasta milagroso y difícil de creer que el mundo entero se comunique de forma rápida y fiable sobre ella cada día. Lo mismo pasa con la ingeniería aeroespacial de los protagonistas de First Man. Hay tantísimas cosas que pueden fallar, que lo milagroso es que lleguen sanos y salvos. Que dos cohetes puedan acoplarse en mitad del espacio y seguir en órbita. Que cumplan los cálculos.

 

 

Esta fiel representación de la ingeniería se traduce de forma efectiva al uso de la cámara, que desde el principio de la película se limita a primerísimos planos. No sólo porque quiere poner al espectador en la cabina de la nave, sino porque quiere enseñar de cerca los tornillos, las juntas, los reflejos, los cierres, las tuercas, los medidores y las botoneras; todo lo analógico que, en todo momento, puede fallar. Se trata, en realidad, de la mirada ingenieril de sus protagonistas, siempre atentos al detalle y a lo imperfecto de sus implementaciones. En la informática, vista desde la perspectiva matemática, es ideal demostrar que una solución no tiene fallos, que siempre hará lo que se le pida. En la ingeniería más pura, sin embargo, es imposible demostrar que nada va a salir mal, porque las demostraciones formales no sirven de nada aquí. Hace falta mucha confianza.

 

De hecho, lo segundo más asombroso en los personajes de First Man es su confianza en un proyecto que a ellos mismos les cuesta a veces justificar. Armstrong responde lo mismo desde el principio: ir al espacio abrirá nuevas perspectivas, permitirá ver cosas que siempre han estado ahí y en las que, sin embargo, nadie nunca había reparado. No habla de descubrir nuevos mundos y nuevas civilizaciones a bordo del Enterprise; hablar de mirar. De alzar la mirada de los tornillos y las juntas para empezar a observar. Habla de ir para regresar. De lo que se puede hacer desde su humilde disciplina y de lo que no se puede. De sus límites y de cómo ampliarlos.

 

De llegar con audacia para luego volver.