Artículos · 19 noviembre 2016
Recuerdo que, tras haber visto La naranja mecánica por primera vez hace un par de años, nada más llegar a casa y aparcar la bici en el segundo piso del garaje, subí corriendo hasta la puerta, con el corazón en un puño, temiendo que, tras salir del bar lácteo Korova, Alex, Pete, Georgie y Dim se hubieran pasado a hacerme una visita. Después de ver la película, aquello me había parecido tan real que se apoderó de mí un miedo irracional que me obligó a salir corriendo ante la ilusoria...